DAR VIDA Y ALIMENTO EN MEDIO DEL APAGÓN

Salir a la puerta de la casa, sentir un silencio que te atrapa y no saber qué hay en frente: de los 31 días de marzo, Venezuela pasó al menos trece a oscuras. Tras dos apagones, el pasado viernes comenzó uno más.

No solo se trata de la luz de un bombillo que se apaga. Los semáforos no funcionan, las estaciones de combustible se paralizan, los supermercados no tienen cómo refrigerar las comidas, mucho menos las personas que no cuentan con una planta en sus casas; las transacciones bancarias se bloquean, el internet no funciona, las llamadas no entran y los medios amenazan con apagarse porque no hay cómo prender un computador, recargar la batería de una cámara, hacer una transmisión o levantar un celular para hacer una llamada.

Sin electricidad Venezuela no funciona. Nada funciona.

“Que el último que se vaya apague la luz y cierre la puerta”, reza un refrán que se volvió común en el país. No se sabe quién presionó el interruptor. Para Nicolás Maduro, fue el “imperio” el que ocasionó un daño en la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar; para la oposición, el resultado del descuido al sistema eléctrico durante los gobiernos del chavismo. Como en el dicho, las puertas se cerraron por el miedo de un país que no tenía cómo enterarse de lo que pasaba a su alrededor. Y es que en la oscuridad ocurren saqueos, accidentes y llegan las muertes.

La zozobra de un hospital

Los médicos del país lo saben. “Un médico venezolano está 14 horas, 16 o hasta un día entero dando respiración con un resucitador manual cuando se va la electricidad”, así lo asegura Danny Golindano, coordinador de la Red Nacional de Médicos. Si se detiene, el paciente muere. Imagine resucitar a una persona a oscuras, en un hospital que huele a inodoro porque no hay agua para hacer aseo y presionando la mascarilla de un ambú contra el rostro de un paciente que está a punto de fallecer, todo porque el apagón le quitó la electricidad al aparato que lo mantenía a vivo.

En esos once días de oscuridad, esa historia se repitió en las salas de emergencia del país en médicos y enfermeras. Entre el 7 y el 13 de marzo –el primer apagón de este mes y el más grande de la historia– fallecieron 26 personas en 40 clínicas, de acuerdo el reporte de la Encuesta Nacional de Hospitales. Esta semana durante el segundo apagón del mes hubo 4 muertos, según confirmó Julio Castro, creador de este estudio. Los pacientes de diálisis y neonatos fueron los más perjudicados.

Uno de los recién nacidos que estaba en el Hospital de Niños J. M. de los Ríos de Caracas no sobrevivió al apagón. “Estaba conectado a respiración mecánica y tuvimos que cambiarlo de piso por una falla eléctrica”, contó un profesional de ese lugar a EL COLOMBIANO, quien pidió guardar su identidad porque teme por su seguridad. Al bebé que no ajustaba un mes lo trasladaron dándole respiración con un ambú. Sobrevivió por unas horas, “pero las condiciones no eran adecuadas y el pacientico al día siguiente tuvo una complicación y falleció”.

A cuatro kilómetros de allí, la realidad del Hospital Universitario de Caracas es un espejo. “Hay pacientes que han fallecido porque no se han podido operar o porque necesitan estar conectados a ventilación mecánica”, aseguró una de sus médicas. Ha habido epidemias de diarrea porque no hay agua para hacer la comida, los residentes no tienen a dónde ir a baño y el piso huele a sucio porque el apagón también limita el suministro de agua debido a que no hay cómo bombearla.

“Hijo, no hay electricidad”

En medio de esa falta de comida aparecen ángeles como Melanie Intriago, una auxiliar de enfermería de 20 años que se dedica a recoger ayudas para llevarlas a los centros hospitalarios. Su objetivo: salvar a los niños venezolanos que nacieron en un país donde la escasez es protagonista.

A Intriago ni una detención por parte de los militares del oficialismo le ha quitado las ganas de trabajar por los menores de edad. Y aunque los vigilantes de Maduro le han cerrado la puerta de los hospitales, como líder de la organización Kids International Foundation entrega comida afuera de las clínicas, en donde no hay guardias, y se mantiene en contacto con los padres de los niños enfermos para ayudarlos.

Ella tampoco pudo salvarse de las consecuencias del apagón. “Hemos perdido comida que se nos ha hecho muy difícil conseguir, contando con los altos precios y la escasez de los productos”. ¿Y cómo explicarle a un pequeño que su país está en la penumbra? Las madres venezolanas tuvieron que hacerlo.

“Mamá quiero ver muñecos, prender el televisor”. “¡Mamá, quiero comer!”, ese fue el llamado del hijo de Cecilia*, un niño de tres años. Después de once días a oscuras él ya entiende la respuesta: “No, hijo. No hay electricidad, no podemos ver nada de eso”. Su pequeño, después de hacer pataletas intentando entender por qué no podía ver televisión, ya sabe qué significa que no haya luz. Donde vive, en Los Morros, los vecinos se reúnen con sus niños en las casas con planta eléctrica para tener cómo entretenerlos.

Vivir sin nevera

En Venezuela hay dos objetos preciados: las plantas eléctricas y las bolsas de hielo. Con una pequeña generadora en casa, la comida no se pudre. Con hielo y sal, esta se conserva por más días.

Lucy poco puede ver. Tiene una discapacidad que solo le permite identificar sombras y es insulino dependiente. El medicamento que se inyecta a diario se llama Levimir y al cabo de 15 o 20 minutos sin refrigeración se deteriora. “Cuando no esté en uso deben ser almacenados en refrigeración a 2 o 3 grados centígrados”, señalan las indicaciones de uso del fármaco. Pero con una nevera sin energía esa medicina que su hija le consigue en Colombia –ante la escasez que hay en Venezuela– no pasa de un día.

De tantos apagones en el país, ya Lucy conoce la fórmula: le pide a su inquilino que le ayude comprando hielo. Se agota rápido. No se puede pagar con tarjeta porque sin electricidad los bancos no operan; los bolívares tampoco son la mejor opción porque con la inflación todas las tiendas tendrían que recibir fajos de billetes a cambio de un paquete. Entonces, quienes ganan en esa moneda terminan pagando hasta 6 dólares por una bolsa de hielo que les permita conservar lo que tienen en la nevera.

Ni las zonas clase media o alta se salvan de las consecuencias de un país sin electricidad. Giacinto Gagliardi es el dueño de la Trattoria Da Orlando, un restaurante italiano del municipio de Chacao que salvó su comida a punta de hielo y sal. Tras estos dos apagones decidió comprar una planta eléctrica que le puedo costar hasta 1.200 dólares, un gasto que comienza a incluirse en las necesidades de los hogares del país.

En el primer apagón del mes se dañaron o dejaron de producir más de 5 millones de litros de leche, 830 mil kilos de carne y 996 mil kilos de queso, todo por la falta de refrigeración, según el Instituto Venezolano de Leche y Carne.

Y aunque marzo ya acaba, la electricidad sigue siendo una ilusión: el gobierno racionaría la energía mientras resuelven el problema de generación, en un país en el que algunos hospitales o enfermos como Lucy no tienen planta, un escenario catastrófico del que los venezolanos no ven solución.

FUENTE EL COLOMBINO

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