Seis semanas pasaron antes de que en La Bayadera, la pasarela de los repuestos y autopartes de Medellín, se volvieran a oír los alaridos clásicos de sus habitantes: “¡Préndala, déle chancleta, ¡acelérela!”.
Igual que Lázaro, el sector que estaba muerto abrió los ojos y dio sus primeros pasos ayer, luego de que el Gobierno reactivara nuevos sectores de la vida económica. “Gracias a Dios, lo necesitábamos bastante. ¡Ahora a esperar la clientela!”, dijo John Garcés, asesor comercial de Distribuidora Nasa.
Después, con el orgullo de quien estrena las reformas de su casa, mostró las medidas de bioseguridad que implementó con sus compañeros, para evitar la covid-19. La entrada está acordonada con cinta amarilla; en el piso hay huellas demarcadas, en las que deben ubicarse los clientes, a distancia del mostrador; y a un lado tienen los desinfectantes para las manos.
Él y sus compradores usaban el tapabocas, que ya se volvió una prenda tan natural como el reloj y las gafas. Estas medidas se repetían en otros establecimientos de la zona, tal cual constató EL COLOMBIANO en su recorrido por la ciudad.
Durante la mañana observamos un comportamiento adecuado de la ciudadanía en estaciones del metro y el sistema de buses, acatando el distanciamiento social, aunque en algunos tramos se presentó la única cosa que nadie extrañaba en cuarentena: la congestión vial.
“Me vine en moto desde Castilla y me asusté al encontrarme con el mismo taco de siempre en la autopista Norte, en la glorieta de la Terminal”, contó el vendedor de repuestos Juan Guillermo Velásquez.
La apertura de algunos sectores comerciales reactivó las subeconomías que los rodean. En La Bayadera, frente a los locales aparecieron mecánicos ofreciendo revisiones de motos y empleados de restaurantes proponiendo domicilios. En los semáforos comenzaron a pulular los acróbatas, mecateros y limpiavidrios, pese a que no están autorizados para estar ahí.
El agite otra vez
En la av. la Playa con la Oriental todavía no se ven las habituales aglomeraciones. No hay juego de la bolita ni gente recateando el precio de los cachivaches.
En los bancos persisten las filas de ciudadanos desesperados y desinformados, tratando de hacer trámites. “Tengo 63 años y estoy mamado. Estuve de 5:00 a 8:00 a.m. en La Alpujarra haciendo fila para reclamar la pensión, y me mandaron para esta sede en el parque de Berrío. ¡La fila aquí es peor!”, narró el jubilado Jairo Mesa.
Cerca, dos venezolanos trataban de alegrarles el día y ganar unas monedas con canciones que evocaban el mar.
Caminando por la calle Colombia, Plaza Botero y el sector El Hueco, encontramos establecimientos haciéndole trampa a las medidas gubernamentales, pues no estaban autorizados para abrir. Tiendas de peluches, piñaterías y almacenes de ropa sacaron sus maniquíes caderones a la calle, ofreciendo mercancía que les podría ocasionar una multa de $937.000, según el Código de Policía.
Dentro de los negocios permitidos están las papelerías y librerías, aunque la mayoría estaban cerradas en el Pasaje La Bastilla. Los comerciantes de libros, entre ellos Marlon Grisales, narraron que más allá de la reapertura, les perjudica que los colegios estén inactivos, pues sus principales clientes son los padres de familia que buscan textos académicos y literarios que les piden los profesores.
Según ellos, el C.C. del Libro y la Cultura, que agrupa a libreros, no abrió al público porque su protocolo sanitario apenas está en estudio en la Alcaldía.
Lo mismo les pasó a muchos concesionarios de vehículos en las av. Las Vegas y El Poblado, así como en el C.C. Automotriz. Sus áreas administrativas comenzaron a operar sin clientela, mientras instruyen en los protocolos a los empleados.
El centro comercial que les dio la bienvenida a los usuarios, al menos de forma parcial, fue Monterrey. De los 548 inmuebles y oficinas del establecimiento, están operando las farmacias y las 80 tiendas de informática y tecnología.
Claudia Obando, directora de Servicio Técnico de Samsung Store, indicó que durante el aislamiento estuvieron ofreciendo productos y asistencia domiciliaria, pero que nada reemplaza la experiencia con el cliente en persona. “Antes de la cuarentena atendíamos unos 400 usuarios al día. Ahora, esperamos que en la primera semana tengamos un 40% menos, teniendo en cuenta que sigue vigente el pico y cédula”, aclaró.
Al llegar la tarde, conduciendo por una descongestionada avenida 80, el taxista Uberney Villada hizo su balance de la jornada. “Me levanté indispuesto, pero prendí el carro y no han parado de llegar pasajeros. Me hice $72.000 en cuatro horas, cuando eso era lo que me venía ganando en todo un día. Mejor dicho, ¡ya estoy enrutado!”
FUENTE EL COLOMBIANO
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